“Encontré a Pavlova de pie con su vestido de tul practicando en la barra, mientras un viejo caballero con un violín marcaba el tiempo y exhortaba a realizar mayores esfuerzos; era el legendario maestro Petipa. Me senté y durante tres horas observé tensa y perpleja los sorprendentes ejercicios de Pavlova, que parecía ser de acero elástico. Su hermoso rostro adoptó las severas líneas del mártir.[…] Todo su entrenamiento parecía estardestinado a separar por completo la mente de los movimientos gimnásticos del cuerpo. La mente debí alejarse de esa rigurosa disciplina muscular. Esto era todo lo contrario de las teorías sobre las que yo había fundado mi escuela un año antes. Lo que yo pretendía era que mente y espíritu fuesen los motores del cuerpo y los elevasen sin esfuerzo aparente hacia la luz”.
La visión de Isadora Duncan en sus propias palabras